jueves, 15 de febrero de 2018

Ella y yo



Ella madruga todos los días: se levanta antes de las 6, se ducha, desayuna cuatro galletas con cola-cao, y antes de las 7 ya está en el hospital.
A excepción de los días en que tengo clase de acuarela, un análisis de sangre, o que mover el coche porque está aparcado fuera de la zona que nos corresponde, yo nunca me levanto antes de las 9.
Ella no tiene coche. Tuvo una vespa roja, se dio un par de golpes y la vendió por miedo a tener un susto definitivo.
Yo desayuno té; a veces no me ducho hasta la hora de comer.
Ella pasa sus días asomada a los intestinos de gente enferma.
Yo paso los míos diseccionando frases, persiguiendo palabras.
Ella usa pijama verde; en el mejor de mis días, yo también: pero el mío tiene ovejitas bordadas.
Ella no cena, se acuesta directamente. Mis noches son remansos eternos de queso y vino.
Ella habita entre dos ciudades, y en los desplazamientos de tren entre una y otra. Yo habito mi casa; en ocasiones, tan solo mi sofá.
Ella habla francés; yo lo leo en voz alta y finjo que lo entiendo.
Ella es recta, decidida, pragmática.
Yo soy curva, dudo constantemente, monto tragedias por nada.
Ella dejó de dormir en cuna para que yo no tuviera terrores nocturnos. Yo la acompañaba a hacer pis, cada noche, antes de apagar la luz.
Ahora ella duerme en un altillo, bajo una ventana por la que se ve el cielo.
Yo vivo en un primero: tengo vértigo. Por mi ventana veo al hurón del vecino.
Ella fue mi hermana pequeña, yo fui su hermana mayor.
Las dos tenemos claro que no volveremos a compartir habitación.


('Úsate. Cómo reciclar la propia basura', taller de autoficción narrativa con Sabina Urraca; Autorretrato a partir de Él y yo, de Natalia Ginzburg.
Imagen: Monsieur de la Pelouse, Rouen 2018)

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