sábado, 27 de febrero de 2010

Las mujeres fuertes de Lucía Etxebarria

"Mi persecución de una vaga y muchas veces disfrazada realidad que llegaba y se iba a través de la literatura de mujeres era también la de la idea de poder desear por mí misma y escoger por mí misma. Y también era la de una intensidad elemental entre mujeres, una intensidad que en las obras escritas por hombres era muchas veces trivializada, caricaturizada o revestida de maldad. Muchas mujeres sentimos el impulso de atractivo de la energía femenina, el mismo que nos hace sentirnos fascinadas por las mujeres fuertes, el mismo que busca una literatura que exprese esa energía y esa fuerza".


Lucía Etxebarria, La letra futura, p. 358.

martes, 23 de febrero de 2010

Mala(s)madre(s)

El sábado fui a ver Celda 211 (sí, soy una de esas personas que han esperado a ver la entrega de los Goya para ir a verla y por cuya culpa las salas de cine han estado este fin de semana como han estado: hasta arriba).

No iba a comentarlo porque, aunque me pareció muy buena, tengo que reconocer que no es el tipo de película que me arrastra al cine. Lo mejor de ella, desde mi punto de vista, es la creación del personaje de Malamadre, maravillosamente interpretado por Luís Tosar. La verdad es que todas las interpretaciones de Luís Tosar son maravillosas, y en este caso el personaje, curiosamente (preso por homicidio en primer grado) resulta mucho más empático y humano que aquel monstruo de Te doy mis ojos (no es que Luís Tosar se encasille en personajes malvados y ya no podamos imaginárnoslo fuera de ellos, es que sus interpretaciones son tan buenas que en pantalla deja de ser actor y se convierte en el personaje; y claro, cuando salimos del cine seguimos con la misma sensación...).

El caso es que al final me he decidido a mencionarlo porque acabo de leer el artículo que publica hoy El País, titulado "Malamadre y el buen padre de familia", y firmado por Miguel Lorente, Delegado del Gobierno para la violencia de género, y por el propio Luís Tosar. Siempre me parece interesante la sinergia entre cultura y violencia, y además la utilización que hace de una película que ahora mismo está en boca de todo el mundo para hablar de algo que también debería estar: el mito de la mala madre y su papel en las estrategias del machismo (no postmachismo, ahí disiento; ¿cuándo dejó de existir?) actual, como por ejemplo el tristemente famoso SAP (Síndrome de Alienación Parental).

Lo recomiendo.

lunes, 22 de febrero de 2010

Clí-to-ris

Leo con excitación que el Ministerio de Igualdad va a subvencionar una investigación de la Universidad Complutense de Madrid cuyo objetivo es justamente trazar un mapa de excitación sexual del clítoris. Lo publicó el ABC la semana pasada.

El clítoris... Siempre que leo esta palabra cunde mi regocijo interior. Y si es en prensa de derechas más. Es fascinante constatar el poder con el que resuenan algunos términos... y el miedo que invocan, por tanto.

Y por una vez me alegro de no parecer la única que piensa en el clítoris. La investigación de la Universidad Complutense quiere servir para dar nuevos pasos en la solución de las consecuencias que patologías como el cáncer o agresiones como la ablación tienen sobre la vulva. Yo pensaba que cuando una mujer era mutilada no había vuelta atrás. Me parece muy buena noticia que no sea así, y personalmente -es decir, más allá de los fines médicos- me encantaría que el susodicho mapita se distribuyera, en formato de tarjetas de visita, una vez que la investigación llegue a su fin. Yo incluiría un apartado a rellenar de forma individualizada. Porque a fin de cuentas... cada clítoris es un mundo, ¿no?

Parece que la existencia de un órgano cuya única función es el placer da miedo y produce bastante desconcierto. El miedo se traduce en rabia y la rabia en violencia... al menos en algunos casos. En otros, por fortuna, el desconcierto se traduce en felicidad, mucha felicidad, horas y horas de felicidad. Por todo ello digo que es evidente el poder de la palabra.

¿Alguien se imagina semejante revuelo porque una investigación para paliar las consecuencias del cáncer de próstata fuera subvencionada? Yo no. Estoy segura de que eso se financia; y también me alegraría si a alguien se le ocurriera dibujar un mapa de excitación sexual de la próstata (porque la próstata también es una zona erógena, ¿verdad? Aunque lo digamos casi en voz baja o no lo digamos...).

Por la parte que me toca, voy a celebrar cada vez que vea que alguien más se ocupa del clítoris y del placer femenino. Y cada vez que veo la palabra escrita y constato su poder: ¡clí-to-ris!

viernes, 19 de febrero de 2010

Prefiero mi fuerza

Prefiero estar de pie, siempre de pie
Prefiero los zapatos que no llevan cordones
Prefiero la soledad de mi cama, perdida bajo el edredón
Prefiero apagar el móvil mientras estoy en el teatro
Prefiero la risa al llanto y el llanto a la indiferencia
Prefiero el baile a la quietud
Prefiero el agua al hielo
Prefiero el verde al azul
Prefiero el silencio al grito, menos cuando el grito procede del silencio
Prefiero no tener que hablar nada más terminar de ver una película
Prefiero el vino
Prefiero no levantarme a las tantas, pero tampoco tener que madrugar
Prefiero ser culpable a simplemente sentirme culpable
Prefiero el precipicio que el miedo al precipicio
Prefiero soledad, y palabras y vacío que llenar con ellas
Prefiero la fuerza, mi fuerza


Madrid, 5 de febrero de 2010

jueves, 18 de febrero de 2010

Yo y mis libros: Hacia un discurso de agradecimiento literario

Fui la primera en aprender a leer. La primera de la clase. Debía de tener cuatro años y la maestra me paseó por las aulas vecinas, diciéndoselo a las otras profesoras. Recuerdo escribir mi nombre, escribir nuestros nombres, muchas veces, sobre una hoja blanca, hasta cubrir el folio entero. Columnas y columnas de nombres: Lola, Lola, Lola, Lola... Después de eso, recuerdo aprender a leer. No sé cómo. No guardo ninguna sensación especial de hallazgo o sorpresa por juntar letras o comprender de pronto el sentido oculto de las palabras. Sólo la idea: ya sabía leer. Debe de ser algo mágico, algo como de otro mundo, y que quizás ni siquiera las maestras y pedagogas entienden muy bien. Cómo puede suceder que la gente aprenda a leer; qué es exactamente la lectura; qué tenemos dentro que nos permite llevarla a cabo.

O quizás sí lo saben, y sólo soy yo quien lo desconoce. El caso es que a los cuatro años yo sabía leer, y eso colmó de orgullo y satisfacción a todo el mundo a mi alrededor. Imagino que a mí también. No sé si tiene mérito o si es algo parecido a que te salgan antes o después los dientes de leche: no está en tu mano.

A partir de ahí, empecé a leer, imagino que cada vez más rápido. De pequeña leí mucho, muchísimo, hasta más o menos los once o los doce años. Mi madre dice que cuando ni siquiera sabía hacerlo pedía que me leyeran los cuentos una y otra vez, una y otra vez. Es curioso, ¿quizás una primera muestra de atracción por eso tan indefinible que después ha seguido alimentándome?

Me acuerdo de mi primer libro –no cuento-, libro de cierto grosor, infantil sí, pero con cierta entidad ya de libro. Se llamaba El cerdito Lolo y pertenecía a la colección blanca –la que iba dirigida a niñas y niños más pequeños- de El barco de vapor. Lo leí muchísimas veces; me encantaba. Aún lo conservo en mi estantería.

Está junto a algunos otros cuentos y libros de los que no he querido separarme a pesar del paso de los años. La colección completa de Astrid Lindgren, de El Círculo de Lectores, que yo creo que fue pionera en la escritura de historias infantiles que no eran tristes ni opresivas. Algunos títulos de Christine Nöstlinger, que ha nutrido provechosamente la imaginación de toda mi generación. Matilda, de Roald Dahl, que también les da una vuelta de tuerca definitiva a las historias truculentas, y que además, probablemente por su argumento, me colocó por primera vez ante los ojos –tenía unos doce años- el hecho de mi gusto por la literatura. Y observo ahora, desde donde escribo, las tapas blancas con lunares rosas de Rosa Caramelo, uno de los primeros cuentos feministas a los que tuve acceso, gracias a una muy buena maestra y después a mi padre y a mi madre.

Todos los libros protagonizados por El pequeño Nicolás, que en vacaciones leía en voz alta a mi familia mientras comíamos. Algunos de Erich Kästner, redescubierto más tarde y que me sirvió tambien para practicar el alemán. Las historias, muy anteriores a mi niñez, de Guillermo Brown, que heredé por vía materna. Y los cuentos de Winny de Puh, descubiertos bastante tardíamente, pero igualmente divertidos.

Seguro que me olvido alguno. Hasta los once o los doce años leí mucho, muchísimo. Después, pasé una época un tanto apática. No sé muy bien por qué. Puede que tuviera que ver con una profesora de lengua y literatura que nos exigía leer mucho cada trimestre. Puede que me produjera tanta angustia que después, cuando pude volver a hacerlo sola y por gusto ya no me apetecía. Y así pasaron unos cuantos años, durante los cuales me convertí en adolescente, empecé a ir al Instituto, hice nuevas amigas y decidí que quería estudiar Filosofía. También seguí escribiendo. Y, poco a poco, volví a leer con ganas.

Después ya no he parado. La lectura es la base de buena parte de las cosas que he hecho. También la escritura, como su otra cara. En la carrera, en el Doctorado, en los trabajos que he tenido. Y en mi tiempo libre. Es lo que crea sinergias, además, con muchas otras cosas que me apasionan: la política, el teatro...

Deberíamos escribir, seguramente, un discurso de agradecimiento para todas aquellas escritoras y escritores que, gracias a sus palabras, contribuyeron a modelarnos, desde nuestras infancias, en lo que venimos siendo. No creo que lo esperen. Por la experiencia que tengo escribiendo, imagino que ser leída ya es suficiente recompensa. Pero, si tuviera que hacerlo, yo procedería en el orden, más o menos, en que he dispuesto estas líneas, empezaría dándole las gracias a Eveline Hasler y Adela Turín, autoras, respectivamente, de El cerdito Lolo y de Rosa Caramelo... y concluiría, seguramente, con Clarice Lispector y con Grace Paley.

Mi discurso de agradecimiento incluiría unas breves referencias al momento y el modo en que aprendí a leer, con cuatro años de edad, y también el reconocimiento por la creación de historias, en el caso de las infantiles, no destinadas a amedrentar, moralizar o corregir, sino a dar alas a la imaginación, la autonomía personal y la libertad.

Esas tres cosas –imaginación, autonomía personal y libertad- son los huesos de los que se nutre el caldo de la escritura, dicho sea de paso. Así que sin ese esfuerzo escritor previo, por parte de a quienes aquí agradezco, mi propio esfuerzo creador, probablemente, habría sido vano.

Y no es un caldo sencillo, porque a veces da miedo, y vértigo, y exige mucho esfuerzo; mucha dedicación, mucha tolerancia y amor propio, también. Pero está tan bueno que ni ellas (quienes me precedieron) ni yo estamos dispuestas a renunciar al mismo.


Madrid, 13 de noviembre de 2009

miércoles, 17 de febrero de 2010

Esta semana

Esta semana voy a hacer, por una vez, propaganda corporativa. De todas formas, no voy a lucrarme con ello, así que no es tan grave. Acabo de terminar mi primer taller de escritura feminista con Helvéticas Escuela de Escritoras. Ha sido una de las mejores experiencias de mi vida (quienes me leen o me escuchan saben que no soy dada a este tipo de afirmaciones).

Pues lo ha sido. Se llamaba Escribo, luego soy. Se supone que se trataba de lograr un mayor empoderamiento a través de la escritura, en principio planteada de forma autobiográfica como puente hacia la ficción. Parecía bonito pero no me imaginaba ni la mitad. Me siento afortunada, porque creo que he participado en el primer taller que se organizaba. Ahora hay otro en preparación, para el mes que viene.

Es verdad. La escritura genera empoderamiento. Los talleres generan empoderamiento (me imagino que no todos, pero éste, feminista, sí lo hace), porque te dan la oportunidad de compartir lectura y de compartir escritura. Cuando una escribe, a veces, corre el riesgo de convertirse en una loba demasiado solitaria; por eso la experiencia colectiva es tan valiosa. La literatura no puede quedarse fuera de eso que tan bien han demostrado los movimientos de mujeres, porque la literatura trata de lo mismo que trata la vida: "del placer, del miedo; de la resistencia y de la lucha, individual y colectiva, en la búsqueda de ese placer" (y, quizás en el colmo de la vanidad, estoy autocitándome en uno de los últimos ejercicios del taller).

Agradezco enormemente el estímulo de estos meses. Y recomiendo de todo corazón la experiencia. Ha habido momentos duros e incluso dolorosos; pero merece la pena, siempre merece la pena.

De todos los textos resultantes hay dos que colgaré aquí. Lo haré a partir de mañana. El primero fue uno de los primeros ejercicios del taller, en el que se trataba de indagar en nuestra relación con los libros. El segundo debería haber sido un poema, basado en otro de Wislawa Szymborska (aunque no me atrevo a llamarlo poema; la poesía no es ciertamente un ámbito en el que me mueva con demasiada soltura...). Así que una reflexión sobre libros y un pseudopoema. A partir de mañana.

¡Gracias Helvéticas!

jueves, 11 de febrero de 2010

Recogida de firmas en apoyo al juez Baltasar Garzón

Dejo el enlace a un manifiesto con recogida de firmas de apoyo al juez Baltasar Garzón, procesado por tratar de no permitir que nuestros cuarenta años de dictadura caigan en el olvido. Sé que el propio manifiesto está levantando polémicas, pero creo que no deberíamos olvidar que de lo que aquí se trata es de una campaña -una vez más- de la extrema derecha de este país.

http://manifiestojusticiagarzon.wordpress.com/2010/02/10/3/#comments

Allá cada cuál dónde se posiciona.

jueves, 4 de febrero de 2010

Vida y arte en Madrid

Estas cosas sólo pueden pasarnos aquí, en Madrid, con nuestra alentadora coyuntura política, a nivel de Ayuntamiento y de Comunidad.

Publica hoy El País una noticia relativa al grupo de teatro Kamchàtka, que ayer escenificó un espectáculo mudo en la Puerta del Sol en el que, haciéndose pasar por inmigrantes recién llegados/as a la capital, interactuaban con el público que pasaba por allí.

Me he acordado de Noviembre (2003), aquella película de Achero Mañas, en la que un grupo de chicos y chicas estudiantes de la RESAD decidían montar un grupo alternativo de teatro que se caracterizaba por sus sorprendentes y políticamente incorrectas actuaciones callejeras. Me encantó aquella película (con una mención especial a Óscar Jaenada, increíble actor). En una de las escenas el grupo hacía un montaje en el que simulaban un atentado terrorista en pleno centro de Madrid, sin que la gente que pasaba por allí supiera que lo que veía era teatro; como resultado todo el grupo acababa en comisaría y más tarde con una condena por... enaltecimiento del terrorismo, si no recuerdo mal. Por cierto, siempre me había preguntado si la película tiene alguna base de realidad.

Ahora he visto que la realidad, lo que se dice la pura realidad, va un par de pasos por detrás del teatro. El grupo Kamchàtka acabó siendo multado ayer por la policía municipal. Aunque se me ha olvidado mencionarlo, la guinda del pastel la pone el hecho, del que también se informa en la noticia, ¡de que la representación tenía lugar dentro del Festival Escena Contemporánea!, que se celebra en Madrid durante estas semanas.

En Madrid la vida imita al arte; sólo que con menos arte.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Alice Liddell

Estoy cansada de tanta presunta intelectualidad, complaciente y cómplice a la vez.

¿Cómo alguien puede elaborar un reportaje sobre el proceso de escritura de Alicia en el país de las maravillas, y sobre cómo Lewis Carroll se basó en la niña Alice Liddell sin siquiera mencionar los abusos sexuales de los que ésta fue víctima por parte de aquél? ¿Cómo se pude minimizar o diculpar una cosa así en base al paso del tiempo?

martes, 2 de febrero de 2010

Instrucciones para una tarde de depresión profunda

1º Sobremesa viendo Opening Night, de John Casavettes; muy buena, realmente muy buena. Gena Rowlands soberbia. Me ha encantado la escena de la bofetada (aunque en realidad no tengo muy claro si la intención de esa escena es la que yo he creído ver... o justamente la contraria). Pero qué duro es el teatro... y siempre llueve y el asfalto es gris. Primer paso para la depresión.

2º Vago y considerablemente fallido intento de leer a Habermas. Sobre su propuesta de democracia deliberativa. No he superado los sesenta minutos, creo (y sé que he mejorado, en dos o tres años). Pero, ¿por qué tiene que ser tan aburrido? ¿No existe una manera más sencilla, directa y amena de explicar lo que defiende? (Espero, por el bien de mi tesis, que sí la haya).

3º Comienzo a leer Monólogo necesario para la extinción de Nubila Wahlheim y extinción, de Angélica Liddell. Cien páginas de explicación traumática, torturada y autodestructiva del porqué de la obra propiamente dicha (que son unas veinte más), más un epílogo breve. De todas formas, sólo he leído las quince primeras. Y no estoy segura, y lo digo con cautela, de poder acabar con las cien. Uf. Al borde del precipicio. De cómo la autodestrucción puede volverse destrucción.

Soy un genio con las mezclas. Y debo de estar completamente loca.

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